miércoles, 31 de marzo de 2021

Primer capítulo de un nuevo proyecto

 

1

 

Aquella vieja carretera, como todas las que habíamos recorrido a lo largo de tantas noches, se encontraba en desuso desde hacía mucho tiempo. Yo encabezaba aquel grupo de jinetes seleccionados por mí mismo entre los mejores “Guardias”, el cuerpo de seguridad que yo dirigía, manteniendo evidentemente la distancia establecida por mi clase social. Leandro, mi lugarteniente, llevaba ya rato observando que yo me encontraba más callado y pensativo de lo habitual. Con intención de distraerme de alguna manera, éste separó su caballo de sus compañeros  y recortó la distancia que nos separaba.

— ¡Barón! ¡Esta noche es menos fresca que las anteriores!—afirmó Leandro al alcanzarme.

— ¡Así es! —contesté, añadiendo con tono triste después—. ¿Escuchas los grillos Leandro?

— ¡Sí Señor!

— ¡Hoy su canto parece más rápido!

— ¡Es cierto Señor!

—Eso significa que la primavera avanzaba irremediablemente.  Es algo que, todos los años, me entristece profundamente —afirmé con gesto taciturno—. Las noches son ahora cada vez más cortas y eso influye negativamente en nuestra existencia.

Leandro comprendió que no era el momento adecuado para conversar con su superior. Se mantuvo entonces silencioso y volvió a distanciarse, poco a poco, hasta regresar con sus compañeros.

Al rato la vieja carretera cruzó una tenebrosa arboleda que nos sumió en una profunda oscuridad. Cuando abandonamos aquel asilvestrado bosquecillo surgieron de nuevo las titilantes estrellas y alcé la vista, observando el firmamento de aquella noche de Luna Nueva. Yo ya no encontraba hermoso aquello, quizás porque el cielo nocturno era el único que podía contemplar desde hacía ya varios lustros, pero eso no me importó demasiado, pues a lo largo de mi prolongada existencia eran ya  muchas las cosas que habían dejado de parecerme dignas de ver.

Minutos después distinguimos, a los pies de una loma, el oscuro perfil que componían las casas del pueblo a donde nos dirigíamos.  Mis Guardias se desplegaron sigilosamente alrededor de la aldea y registraron sus callejuelas con su habitual eficacia. Todos teníamos la esperanza de dar con quien buscábamos y terminar así nuestra misión para regresar a la Ciudad, algo que anhelábamos profundamente

Acompañado por dos de mis hombres me dirigí por la calle mayor de aquella localidad  buscando la plaza principal.  De nuevo nadie surgió de las miserables viviendas del pueblo al notar nuestra presencia.  Eso me hizo recordar los tiempos anteriores, no convulsos y misteriosos como los de ahora, en que nuestra sola llegada hacía acudir a los aldeanos. Nadie podía permitirse el lujo de poseer caballos o animales semejantes a éstos y era algo fuera de común la aparición de jinetes en esas alejadas villas. Contemplar algo tan poco usual siempre  había sido todo un espectáculo para los envejecidos y deprimidos campesino pero desde que andábamos tras los pasos del Asesino, la ausencia de lugareños ante nuestra llegada se estaba convirtiendo en la tónica habitual a lo largo de toda la misión.

Protegido por la pareja de Guardias que me acompañaban llegué al fin a la plaza mayor y encontré allí el ayuntamiento. Era habitual que fuese en ese edificio donde mal vivían los cabecillas de los campesinos, intentando así en vano de dotarse de cierta dignidad. Los tres jinetes descendimos de nuestros caballos manteniendo una distancia prudencial de la vieja iglesia que allí había. Maldije en silencio el hecho de que aquellos viejos templos estuviesen siempre situados en la parte más destacada de las villas y con disimulada preocupación puse mi mano derecha en la empuñadura de mi espada, por si de repente fuese necesario utilizarla.  A pesar de encontrarme escoltado por dos de mis hombres, más ocupados éstos en la seguridad de su líder que en otra cosa, tomé también con mi mano izquierda el silbato que pendía de la cadenita de oro que mantenía enganchada en uno de los bolsillos de mi elegante chaleco. Un solo pitido con ese silbato y todos mis hombres acudirían en tropel hasta  mi presencia.

Entonces descubrí,  enormemente sorprendido,  lo que había  en medio de la plaza y que la gran puerta del templo estaba  abierta.

Eso último me llenó de temor.

Intentando superar ese pavor  me acerqué a lo que  alguien había abandonado en aquel lugar. Era un ataúd. Intuí, por la ostentosa calidad de los grabados que lo adornaban, que aquel féretro debía ser el lecho diurno del líder de aquella insignificante localidad. Observando las huellas que había en el suelo deduje que éste había sido arrastrado hasta allí con la ayuda de un caballo. Mi sorpresa fue en aumento al ver que en la tapa se encontraba clavada una nota manuscrita con letra un tanto descuidada. Con cierta aprensión, digna de mi clase social, la leí:

Acabaré con todos vosotros.

No quedareis ninguno sobre la faz de la tierra.

Solo entonces podré descansar.

Con sumo cuidado levanté la tapa del féretro. Un gesto de asco y consternación apareció en mi rostro. El esqueleto del  alcalde estaba calcinado, retorcido en los últimos estertores de su vida. Aquel desgraciado había sido decapitado, como solía hacer el Asesino con todas sus víctimas, pero esta vez lo había realizado después de exponer cruelmente a aquel ser a los temibles y abrasadores rayos del Sol.

Preocupado y asustado por las nuevas actividades de quien yo  y mis hombres  seguíamos con intención de eliminar, escruté la plaza, preguntándome dónde se encontraría el cráneo del carbonizado cadáver. Entonces descubrí  que algo había sido apilado en el umbral de la vieja iglesia.  Con temerosa curiosidad me acerqué a ésta, sin hacerlo en demasía para no sufrir los efectos nocivos que producían esos detestados templos. Al percatarme finalmente de que era lo que el Asesino había dejado en la entrada del  nefasto edificio sentí una gran desazón, aumentando  aún más mi intranquilidad.

De repente llegó Leandro confirmando lo que él, sus compañeros y yo mismo sabíamos que íbamos a encontrar:

— ¡Barón! ¡Tampoco ha quedado aquí ningún superviviente!

— ¡Era de esperar!

— ¡Y han desaparecido los cráneos de todos los cadáveres!

— ¡Lo sé!! —contesté de nuevo con aires de superioridad.

— ¡Es extraño, Señor! ¡Siempre los había dejado junto al resto del cadáver!

Medité unos segundos  ordenando a Leandro después:

— ¡Bien! Buscad los animales de estos desgraciados y seleccionad algunos, como siempre. Necesitamos recuperar fuerzas para continuar mañana  la ruta establecida.

— ¡Ya lo hemos intentado Señor! ¡Pero todos los animales han sido liberados! —contestó éste con un gesto de preocupación.

— ¡Maldita sea! —exclamé enojado —.Tendremos que utilizar hoy la sangre de nuestros propios caballos. Busca entonces un lugar seguro donde pasar el día. ¡Amanecerá en poco tiempo!

Mi esbirro se dio cuenta entonces de lo que yo  observaba con creciente interés mientras le daba las órdenes.  Lentamente, Leandro se acercó también al templo todo lo que su seguridad personal le permitía, exclamando horrorizado después:

— ¡Barón! ¡Son  todos los cráneos de los campesinos de este pueblo!

— ¡Así es! Los ha amontonado en la entrada del templo. —respondí decidido—. Es la primera vez que el Monstruo hace algo así. Quizás deberíamos enviar un correo para informar al Duque de ello. ¡Bien!, date prisa y busca algún lugar donde cobijarnos y protegernos del Sol.

Leandro, obediente y seguido por los otros dos Guardias que me  habían escoltado, dejó la plaza. Al verme solo desenvainé mi espada de plata dando con la punta de ésta un golpe en la tapa del ataúd del alcalde para hacerle caer y cerrarla. Entonces surgieron del féretro polvo y ceniza que formaron minúsculas nubes y que la ligera brisa de aquella noche que pronto llegaría a su fin disiparía segundos después.

 

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