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Matías acabó su
dura jornada laboral. Su jefe le había obligado a hacer horas extras y se
encontraba por ello extremadamente cansado. Esperó la llegada del autobús en la
parada que había junto a la fábrica y observó la enorme luna llena que empezaba
a elevarse sobre el horizonte. Un par de minutos después apareció el transporte
público mostrando su falsa sonrisa compuesta por los focos y el enorme adorno
central. Subió en el vehículo cuando se detuvo y se sentó nada más hacerlo.
Veinte minutos
después descendió del autobús y caminó quince más, hasta que al fin llegó a su
casa. Al entrar en ésta encontró a su mujer sentada en el sofá del pequeño
comedor viendo la televisión.
— ¡Ya estoy aquí
cariño! —saludó Matías.
— ¡La cena la
tienes en la cocina! —contestó su cónyuge sin apartar la mirada de la pantalla
del aparato.
— ¡Oh! ¡El
concursante número cinco lo ha perdido todo! —gritó la televisión.
Matías se sentó en
la mesita que en había en la cocina y desganado, teniendo poco apetito quizás
por causa del cansancio, comenzó a cenar. Al final dejó casi todo el contenido
del plato sin tocar. Luego, tras recogerlo todo, pasó por el comedor. Su mujer
seguía viendo la televisión concentrada en ello.
—Voy a pegarme una
ducha antes de acostarme —anunció Matías.
Ella ni lo oyó. Él
fue al cuarto de baño y se sentó en el
retrete. Eran las doce en punto de aquella noche de luna llena. Instantes
después se escuchó una vocecilla:
— ¡Eh! ¿Me oyes?
Matías se quedó
sorprendido. ¿De dónde provenían esas palabras?
— ¡Mírame! ¡Estoy
aquí abajo! —volvió a escucharse.
Matías se puso en
pie como impulsado por un resorte pues
daba la sensación de que la voz procedía del interior del retrete. Bajó
su mirada y vio en el interior de la
taza una especie de hombrecillo flotando
en el agua. Incompresiblemente, éste parecía
haber sido moldeado con sus heces. Boquiabierto, Matías se inclinó un poco
para observarlo mejor y extrañado vio que el rostro de aquel torpe muñeco
marrón sonreía. De repente éste comenzó a hablar:
— ¡Hola Papá!
Fue tal el susto
que se dio Matías al ver pronunciar esas palabras al hombrecillo que cayó de
espaldas, golpeándose en la cabeza con una de las paredes de aquel diminuto cuarto de baño. Cuando se repuso de
esto se asomó de nuevo al retrete para comprobar si todo aquello había sido
solo una alucinación.
— ¡Papá! —volvió a
exclamar el hombrecillo al ver su rostro.
— ¿Quién eres? ¿De
dónde has salido? —preguntó Matías más asustado que asombrado.
— ¡Soy yo! ¡Tu
hijo!
— ¿Mi hijo? ¿Qué
broma es ésta?
—No es ninguna
broma Padre. ¡Es un milagro! Ya sé que estoy constituido por este innoble
material, pero de todas formas… ¡Soy tu hijo!
Matías se frotó
aturdido la frente con su mano derecha.
— ¡Debo estar
soñando! —se dijo a sí mismo.
Después dirigió de
nuevo su mirada a aquel extraño ser y volvió a exclamar asustado:
— ¿Un milagro?
¡Esto es una locura!
— ¡No Padre!
—respondió el ser hecho con heces—. ¡Es
un milagro! ¡El milagro que permite a los hombres parir!
— ¡Por Dios!
¡Estoy desvariando sin duda!
—No Padre. ¡Soy
real!
— ¡Pero!... ¿Cómo
es posible?
—La naturaleza,
Padre, a veces provee soluciones sorprendentes a la vida.
— ¿La naturaleza?
— ¡Sí Padre! Si un
hombre defeca a las doce en punto de la noche, hay luna llena y éste desea fervientemente ser padre, se realiza el
milagro que le permite parir.
— ¿Parir? ¡Dios!
¡Estoy como una cabra! ¡Pero lo cierto es que siempre he deseado tener hijos! ¡Precisamente
eso es algo que esa naturaleza de la que
tú me hablas siempre me lo ha negado!
— ¡Quizás por eso
te ha concedido este milagro! ¡El milagro de ser padre!
— ¿Eres mi hijo?
Entonces tendré que ocuparme de ti. ¡Qué responsabilidad!
—No te preocupes
Padre. No tendrás que hacerlo. Mi vida es efímera.
— ¿Qué quieres
decir con eso?
—Solo deberás
dejarme estar un rato aquí, flotando en el agua. Podremos charlar y conocernos.
Luego, tras unas horas, el agua me diluirá lentamente.
— ¡Eso es
terrible! ¡No lo permitiré! ¡Te sacaré de ahí! ¡No puedo dejar que mi único hijo
se disuelva en un infame retrete!
— ¡No lo intentes
Padre! ¡Por favor! ¡Me producirás terribles dolores si me sacas del retrete! Al resecarme moriría desmembrado de una forma prematura y atroz. ¡Debo
permanecer flotando en estas negras aguas durante toda mi breve existencia!
Matías se
entristeció al escuchar esa explicación, pero acostumbrado a ceder ante todo a
lo largo de su vida se dijo a sí mismo:
— ¡Está bien, si
ese el destino que se nos ha marcado!
Entonces el novato
padre se sintió inmoral así, desnudo, frente a su hijo.
—Si me
permites —añadió Matías— voy a ducharme y ponerme el pijama. Luego
podremos mantener esa postrera charla. ¡Seré breve!
— ¡Claro Padre!
Mientras tanto disfrutaré un rato a solas este agradable baño.
Matías se metió en
la ducha y el agua comenzó a caer sobre su cuerpo. Se enjabonó pensando en la
de mil cosas que podía charlar con su hijo: el sentido de la vida, la
existencia de Dios, la teoría de la relatividad, los números complejos con su parte
real y su parte imaginaria.
De repente se escuchó la voz de su esposa:
— ¡Matías! ¡Eres
un guarro! Te he dicho mil veces que tapes la taza cuando termines y que tires
de la cadena.
— ¡Noooo! —gritó
el hombre asomando su cabeza por la cortina de la ducha.
Era demasiado
tarde. Su esposa había hecho funcionar
el mecanismo de la cisterna del retrete
y el agua cayó en la taza en un pequeño torrente, arrastrando al
desgraciado hombrecillo de heces en aquel descontrolado vórtice.
— ¡Eres un
asesina! —exclamó Matías impotente al ver que su mujer le privaba de conocer a
su recién parido hijo.
Ella lo miró
extrañada y abandonó el baño.
Matías, al ver que
no había podido charlar con su desgraciado retoño y despedirse de él como
merecía, comenzó a llorar. Las gotas de
la ducha que caían sobre su cuerpo se unieron con las lágrimas que brotaban en sus ojos y
juntas, se perdieron por el desagüe.
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