jueves, 10 de junio de 2021

El ocaso de los mediocres

 Este es el primer capitulo de una nueva novela titulada "El ocaso de los mediocres".



1

Dos de agosto de mil novecientos setenta y nueve.

Once menos cuarto de la noche.

Algún lugar en la costa del Mediterráneo.


Se acercaba la hora. En aquel garito de copas, un lugar de esos que entonces comenzaban a llamar  “pubs”, nuestros instrumentos nos esperaban en un pequeño escenario improvisado. Mis amigos y yo nos encontrábamos apoyados en la barra de aquel local bebiendo el primer cubata de la noche, a pesar de ser todos nosotros menores de edad. Tener toda la bebida que quisiéramos iba a ser nuestra paga por tocar aquella noche y en principio ninguno de nosotros pensaba en desaprovechar la ocasión.

— ¡Vamos a empezar ya! —afirmó Casas dejando su vaso en la pegajosa superficie de la barra.

— ¿Ya? ¡Aún no son las once! —respondí con mi estómago hecho un  nudo por los nervios.

— ¡Claro Costa! —contestó Serrano—. ¡Tenemos que revisar los instrumentos! ¡A ver si empezamos a tocar desafinados! ¡Sería una putada!

— ¿Y Julia, Costa? — me preguntó Alborch—. ¡No ha venido tu novia aún!

— ¡No lo va a hacer! —respondí—.  Sus padres no le dejan… ¡Dicen que esto es un bar de alterne!

— ¿Un qué? —preguntó de nuevo Alborch.

— ¡Un puti club! —contestó Casas.

— ¿Esto?—inquirió Alcacer.

— ¡Sí! —continuó Casas—. ¿No veis la tía que está con el abuelo en el billar? ¡Esa es puta!

— ¡No jodas! —exclamó Alborch—. ¡Llevamos meses intentando tocar en algún sitio y cuando al fin lo conseguimos, resulta que es en un lupanar!

— ¡Hay que tocar donde sea! —exclamó Casas.

— ¡Pero en un puti club!...—respondió Alcacer con gesto de desencanto.

— ¡Aún podemos irnos!— dije al encontrar en el desagrado de mi compañero  algo en que apoyar mi  cobardía—. Si pillamos  ahora el autobús para Sagunto, aún podemos  ver tocar esta noche a Luis Lagos en el teatro romano.

Lo cierto es que en esos momentos yo  no me veía capaz de agarrar mi guitarra eléctrica y ponerme a tocar delante de toda la gente que había en el pub.

— ¿Ahora lo dices? —preguntó Alborch—.¡No jodas Costa! ¡No tenemos entradas para ese concierto!

— ¡Da igual! —continué—. ¡Podemos verlo desde la subida al castillo!

— ¿Y los instrumentos?—preguntó Alcacer—. ¿Qué hacemos con ellos?

— ¡Ya vendremos mañana a recogerlos| —sugerí.

— ¿Estáis locos? —preguntó alterado Casas—. ¡Ni de coña! ¡Nosotros vamos a tocar aquí! ¡Esta noche! ¡Aunque esté  el mismísimo Lagos en las ruinas del teatro romano!

De repente apareció el dueño del pub sonriendo y comenzó a hablarnos:

— ¡Bien chicos! ¿Empezamos ya?

— ¡Claro! —respondió Casas entusiasmado.

— ¡Perfecto!... ¡esto, ¿cómo os llamáis? —continuó el recién llegado.

Mis compañeros y yo nos miramos y Alborch contestó:

— ¡Yo soy Mario!

— ¡No, hombre! —exclamó el dueño del pub—. ¡Digo el nombre del grupo!

Los cinco nos miramos y finalmente Casas respondió ufano:

— ¡Los Últimos Monos!

El dueño del pub nos miró con evidente gesto de rechazo  respondiendo a la vez:

— ¿Así? ¿No hay otro nombre más…no se? ¿Más corto?

— ¡Teníamos pensados otros!...—respondió Serrano—. ¡Los Bichos!, por ejemplo…

— ¡Los Culos! —exclamó Alcacer.

— ¡Los Burros! —añadió Alborch— pero creo que ya lo han pillado unos chicos de Barcelona.

— ¡Pus! —dije con no mucho entusiasmo.

— ¿Pus? ¡Qué asco! —exclamó finalmente el  dueño del pub—. ¡No! ¡No! ¡Ese de los monos está bien!...

De repente éste dio media vuelta y se encaminó hacia nuestros instrumentos. Mis amigos le siguieron llenos de ilusión y yo les imité ya resignado. Al llegar al escenario Alborch se sentó en su batería, Serrano cogió su bajo, Alcacer hizo lo propio con su guitarra, Casas tomó la pandereta para acercarse a uno de los micrófonos y yo, finalmente, saqué del estuche mi guitarra japonesa imitación de la Gibson Les Paul. Me la coloqué y me pareció que esa noche pesaba más que nunca. Eché una mirada a los asistentes al local y creí ver que casi todo el alumnado del instituto, incluido algunos de COU, se encontraba allí. Por lo visto el efecto llamada había funcionado, incluso demasiado bien. Pensé  acobardado que en aquella noche el ridículo iba a ser mayúsculo.

 ¡Y Julia sin poder venir!

— ¡Buenas noches! —comenzó a hablar el dueño del pub por uno de los micrófonos a la vez que nosotros comprobábamos que los instrumentos se encontraban en condiciones—. ¡Estos chicos, fervientes admiradores de los Beatles, van a amenizarnos esta velada! Pero no van a tocar canciones de los cuatro de Liverpool, a pesar de que han aprendido a tocar con ellas. Hoy van a interpretar sus propios temas. ¡Con vosotros!... ¡Los Últimos Monos!

El dueño del bar desapareció del escenario y un para mi terrorífico silencio reinó en la sala. Los ojos de todos los asistentes, mostrando curiosidad algunos y otros desinterés, se clavaron en nuestros cuerpos de adolescentes  esperando que comenzásemos a tocar. Mis compañeros y yo habíamos configurado someramente el orden de nuestro repertorio y habíamos decidido que canción iba a ser la primera en ser interpretada. Ésta  era del estilo de Day Tripper de los Beatles, en la cual yo comenzaba en solitario con un punteo,  seguido después por Serrano con el bajo para darle más fuerza al tema y añadiéndose después los demás instrumentos hasta que Casas, con la pandereta, comenzaba a cantar.

Pero yo no tenía ni el valor ni  las fuerzas necesarias para empezar a tocar

Los segundos comenzaron a sucederse mientras el silencio de la sala se hacía cada vez más agobiante. Una tos resonó en una de las esquinas y Casas, sin dejar de sonreír, giró su cabeza para lanzarme una mirada asesina.

— ¡Empieza de una puta vez! —vocalizó éste sin emitir voz alguna.

Horrorizado miré a mis compañeros. Yo estaba paralizado, incapaz de pulsar ni una nota en mi guitarra y deseando salir corriendo de allí.

Entonces apareció Julia por la puerta del  pub con tres de sus amigas Su larga melena lisa caía sobré su espalda y en su rostro brillaba una resplandeciente sonrisa. Me miró a los ojos y afirmó en silencio con un gesto de su cabeza.

De repente me llegaron las fuerzas y sin perder ni un segundo más comencé a tocar. Hice la entrada de la canción con una eficacia que me sorprendió.  Serrano siguió con su bajo,  Alcacer comenzó los acordes, Casas agitó la pandereta rítmicamente y finalmente Alborch  se acopló con la batería.

Entonces Casas comenzó a cantar:

Agujero negro

que estas en los cielos

acojonado me tiene tu nombre.

No venga a nosotros tu reino

ni se haga tu gravedad

ni la Tierra ni en el cielo.

Déjanos hoy

nuestra tranquilidad de cada día

perdona nuestra existencia

como  también nosotros

perdonamos

a los que también existen

No nos dejes caer

en tu gravedad

y líbranos del mal.

Amén

Comencé  a tocar el punteado central sorprendiéndome a mí mismo al ver  que lo estaba haciendo bastante bien. Lo había hecho ya  decenas de veces en los ensayos, pero aun así, en esos momentos no me veía del todo capaz de repetirlo. Julia mientras  sonreía satisfecha y eso me reconformó más aún que el hecho de ver que  yo no estaba  cometiendo ningún error.

Casas continuó con el estribillo y yo, incomprensiblemente, colaboré en los coros apoyando a Serrano. Seguí punteando perfectamente durante todo el tema  y lo terminamos con unos de esos finales dramáticos y espectaculares  que suelen tener las canciones de rock.

De repente todos los asistentes comenzaron a aplaudir sonoramente. Aquello era magnífico.

Entonces busqué la mirada de Julia.

Ahora, en ese momento, yo me sentía un dios. 



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