Dos de agosto de
mil novecientos setenta y nueve.
Once menos cuarto
de la noche.
Algún lugar en la
costa del Mediterráneo.
Se
acercaba la hora. En aquel garito de copas, un lugar de esos que entonces
comenzaban a llamar “pubs”, nuestros
instrumentos nos esperaban en un pequeño escenario improvisado. Mis amigos y yo
nos encontrábamos apoyados en la barra de aquel local bebiendo el primer cubata de la
noche, a pesar de ser todos nosotros menores de edad. Tener toda la bebida que
quisiéramos iba a ser nuestra paga por tocar aquella noche y en principio ninguno
de nosotros pensaba en desaprovechar la ocasión.
—
¡Vamos a empezar ya! —afirmó Casas dejando su vaso en la pegajosa superficie de
la barra.
—
¿Ya? ¡Aún no son las once! —respondí con mi estómago hecho un nudo por los nervios.
—
¡Claro Costa! —contestó Serrano—. ¡Tenemos que revisar los instrumentos! ¡A ver
si empezamos a tocar desafinados! ¡Sería una putada!
—
¿Y Julia, Costa? — me preguntó Alborch—. ¡No ha venido tu novia aún!
—
¡No lo va a hacer! —respondí—. Sus
padres no le dejan… ¡Dicen que esto es un bar de alterne!
—
¿Un qué? —preguntó de nuevo Alborch.
—
¡Un puti club! —contestó Casas.
—
¿Esto?—inquirió Alcacer.
—
¡Sí! —continuó Casas—. ¿No veis la tía que está con el abuelo en el billar?
¡Esa es puta!
—
¡No jodas! —exclamó Alborch—. ¡Llevamos meses intentando tocar en algún sitio y
cuando al fin lo conseguimos, resulta que es en un lupanar!
—
¡Hay que tocar donde sea! —exclamó Casas.
—
¡Pero en un puti club!...—respondió Alcacer con gesto de desencanto.
—
¡Aún podemos irnos!— dije al encontrar en el desagrado de mi compañero algo en que apoyar mi cobardía—. Si pillamos ahora el autobús para Sagunto, aún podemos ver tocar esta noche a Luis Lagos en el
teatro romano.
Lo
cierto es que en esos momentos yo no me
veía capaz de agarrar mi guitarra eléctrica y ponerme a tocar delante de toda la
gente que había en el pub.
—
¿Ahora lo dices? —preguntó Alborch—.¡No jodas Costa! ¡No tenemos entradas para ese
concierto!
—
¡Da igual! —continué—. ¡Podemos verlo desde la subida al castillo!
—
¿Y los instrumentos?—preguntó Alcacer—. ¿Qué hacemos con ellos?
—
¡Ya vendremos mañana a recogerlos| —sugerí.
—
¿Estáis locos? —preguntó alterado Casas—. ¡Ni de coña! ¡Nosotros vamos a tocar
aquí! ¡Esta noche! ¡Aunque esté el
mismísimo Lagos en las ruinas del teatro romano!
De
repente apareció el dueño del pub sonriendo y comenzó a hablarnos:
—
¡Bien chicos! ¿Empezamos ya?
—
¡Claro! —respondió Casas entusiasmado.
—
¡Perfecto!... ¡esto, ¿cómo os llamáis? —continuó el recién llegado.
Mis
compañeros y yo nos miramos y Alborch contestó:
—
¡Yo soy Mario!
—
¡No, hombre! —exclamó el dueño del pub—. ¡Digo el nombre del grupo!
Los
cinco nos miramos y finalmente Casas respondió ufano:
—
¡Los Últimos Monos!
El
dueño del pub nos miró con evidente gesto de rechazo respondiendo a la vez:
—
¿Así? ¿No hay otro nombre más…no se? ¿Más corto?
—
¡Teníamos pensados otros!...—respondió Serrano—. ¡Los Bichos!, por ejemplo…
—
¡Los Culos! —exclamó Alcacer.
—
¡Los Burros! —añadió Alborch— pero creo que ya lo han pillado unos chicos de
Barcelona.
—
¡Pus! —dije con no mucho entusiasmo.
—
¿Pus? ¡Qué asco! —exclamó finalmente el dueño del pub—. ¡No! ¡No! ¡Ese de los monos
está bien!...
De
repente éste dio media vuelta y se encaminó hacia nuestros instrumentos. Mis
amigos le siguieron llenos de ilusión y yo les imité ya resignado. Al llegar al
escenario Alborch se sentó en su batería, Serrano cogió su bajo, Alcacer hizo
lo propio con su guitarra, Casas tomó la pandereta para acercarse a uno de los
micrófonos y yo, finalmente, saqué del estuche mi guitarra japonesa imitación
de la Gibson Les Paul. Me la coloqué y me pareció que esa noche pesaba más que
nunca. Eché una mirada a los asistentes al local y creí ver que casi todo el
alumnado del instituto, incluido algunos de COU, se encontraba allí. Por lo
visto el efecto llamada había funcionado, incluso demasiado bien. Pensé acobardado que en aquella noche el ridículo
iba a ser mayúsculo.
¡Y Julia sin poder venir!
—
¡Buenas noches! —comenzó a hablar el dueño del pub por uno de los micrófonos a
la vez que nosotros comprobábamos que los instrumentos se encontraban en
condiciones—. ¡Estos chicos, fervientes admiradores de los Beatles, van a
amenizarnos esta velada! Pero no van a tocar canciones de los cuatro de
Liverpool, a pesar de que han aprendido a tocar con ellas. Hoy van a
interpretar sus propios temas. ¡Con vosotros!... ¡Los Últimos Monos!
El
dueño del bar desapareció del escenario y un para mi terrorífico silencio reinó
en la sala. Los ojos de todos los asistentes, mostrando curiosidad algunos y
otros desinterés, se clavaron en nuestros cuerpos de adolescentes esperando que comenzásemos a tocar. Mis
compañeros y yo habíamos configurado someramente el orden de nuestro repertorio
y habíamos decidido que canción iba a ser la primera en ser interpretada. Ésta era del estilo de Day Tripper de los Beatles,
en la cual yo comenzaba en solitario con un punteo, seguido después por Serrano con el bajo para
darle más fuerza al tema y añadiéndose después los demás instrumentos hasta que
Casas, con la pandereta, comenzaba a cantar.
Pero
yo no tenía ni el valor ni las fuerzas necesarias para empezar a tocar
Los
segundos comenzaron a sucederse mientras el silencio de la sala se hacía cada
vez más agobiante. Una tos resonó en una de las esquinas y Casas, sin dejar de
sonreír, giró su cabeza para lanzarme una mirada asesina.
—
¡Empieza de una puta vez! —vocalizó éste sin emitir voz alguna.
Horrorizado
miré a mis compañeros. Yo estaba paralizado, incapaz de pulsar ni una nota en
mi guitarra y deseando salir corriendo de allí.
Entonces
apareció Julia por la puerta del pub con
tres de sus amigas Su larga melena lisa caía sobré su espalda y en su rostro brillaba
una resplandeciente sonrisa. Me miró a los ojos y afirmó en silencio con un
gesto de su cabeza.
De
repente me llegaron las fuerzas y sin perder ni un segundo más comencé a tocar.
Hice la entrada de la canción con una eficacia que me sorprendió. Serrano siguió con su bajo, Alcacer comenzó los acordes, Casas agitó la
pandereta rítmicamente y finalmente Alborch se acopló con la batería.
Entonces
Casas comenzó a cantar:
Agujero negro
que estas en los
cielos
acojonado me tiene
tu nombre.
No venga a nosotros
tu reino
ni se haga tu
gravedad
ni la Tierra ni en
el cielo.
Déjanos hoy
nuestra
tranquilidad de cada día
perdona nuestra
existencia
como también nosotros
perdonamos
a los que también
existen
No nos dejes caer
en tu gravedad
y líbranos del mal.
Amén
Comencé a tocar el punteado central sorprendiéndome a
mí mismo al ver que lo estaba haciendo bastante
bien. Lo había hecho ya decenas de veces
en los ensayos, pero aun así, en esos momentos no me veía del todo capaz de repetirlo.
Julia mientras sonreía satisfecha y eso
me reconformó más aún que el hecho de ver que yo no estaba cometiendo ningún error.
Casas
continuó con el estribillo y yo, incomprensiblemente, colaboré en los coros
apoyando a Serrano. Seguí punteando perfectamente durante todo el tema y lo terminamos con unos de esos finales dramáticos
y espectaculares que suelen tener las
canciones de rock.
De
repente todos los asistentes comenzaron a aplaudir sonoramente. Aquello era
magnífico.
Entonces
busqué la mirada de Julia.
Ahora,
en ese momento, yo me sentía un dios.